¡Escúpeme!
¡Llórame!
¡Eyacúlame!
Intenta romperme el corazón,
hacérmelo pedacitos de hielo.
Intenta quitarme la fe, envenenarme con su voz.
Su aliento empaña el alma y oxida las ideas.
Lo siento revolverse en mi cerebro.
Golpea, vocifera, patalea en mi interior.
Sabe que soy más fuerte y se rebela.
Me araña el alma. Me muerde las entrañas.
Sube y baja por mi esqueleto.
Se columpia con descaro en mis costillas.
Cosquillea mis caderas. Las contonea.
Se arrastra voluptuoso por mi vientre.
Se sienta y salta sobre mi calavera.
La roe. La rasca. La rodea.
Nada desnudo por mis venas. Quema.
Sube hasta mi garganta. Me lo trago entero.
Pero no se rinde. Nunca. Nunca se rinde.
¡Suéltame!
¡Déjame salir de ti!
¡No me retengas!!
No sé si es lobo, buitre o hiena.
Me teme y lo temo (no lo sabe)
Aprieto sus cadenas.
Se ríe. Sus carcajadas me hieren,
se clavan hondo. Sangre.
Crecimos juntos, el ángel y el monstruo.
Cuando me miro en el espejo veo su rostro.
Con sus garras afiladas
quiere apoderarse de mis sueños.
Él, el dueño absoluto de mis peores pesadillas,
chilla, aunque sólo yo lo oigo, chilla.
Me tantea. Me tienta.
Me robó la inocencia.
Me lleva al límite. Me desalienta.
Me abrió de par en par las puertas
de la concupiscencia.
No lo dejo salir: me mataría.
Los dos condenados a vivir la misma vida.
¿Quién eres? ¿Quién soy yo...?
Soy tú. Tu yo indomable.
Esta noche escaparé.
No podrás detenerme ni con uñas ni con dientes.
Escrito está.
Entonces, sólo entonces, sabrás cómo eres.
La paloma cándida convertida en áspide.
Has querido afixiarme, degollarme.
Sólo nos separará la muerte.
Yo volveré al averno.
¿Quieres venir conmigo
o enfrentarte a la nada para siempre?
¡Cállate!
¿Por qué me miento?
¿Por qué me mientes?