16 ene 2011

Llamar a las cosas por su nombre


"Madre joven", de Mary Cassatt

Mientras algunos piensen que el aborto inducido, la eutanasia indiscriminada y emplear el término "matrimonio" para definir la unión entre dos personas del mismo sexo es sinónimo de progreso, pues vamos bien... Para mí, que vamos como los cangrejos en muchos asuntos. No es una cuestión de ser cristiano/católico, del Opus Dei o testigo de Jehová, no, es una cuestión de comportarse como personas, como seres racionales, y de LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE.

El DRAE dice que matrimonio es la "Unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales", sí, hombre y mujer, no dos hombres o dos mujeres, cuya unión respeto, pero que no forman un matrimonio. Es como si llamamos "enchufe" a dos terminales macho o a dos terminales hembra; un enchufe propiamente dicho está compuesto por un terminal en forma de clavija (macho) y otro terminal (hembra). Un ejemplo bastante ilustrativo, ¿verdad?
El aborto y la eutanasia son un crimen, por mucho que se intenten disfrazar, un asesinato contra los seres humanos más indefensos: un feto, el "nasciturus", cuyo corazón ya late, luego hay VIDA, y un enfermo cuyo corazón sigue latiendo, luego hay vida también.
Una mujer tiene todo el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera, pero no con el cuerpo de ese otro ser que lleva dentro.
El aborto no lo defiendo nunca porque nadie debe decidir sobre si otro debe vivir o no.
Estas son dos definiciones de aborto que nos da el DRAE:


1.- Dicho de una hembra: Interrumpir, de forma natural o provocada, el desarrollo del feto durante el embarazo.
2.- Producir o echar de sí algo sumamente imperfecto, extraordinario, monstruoso o abominable.


Sobre la primera definición, si el aborto se produce de forma natural, la embarazada no tiene ninguna culpa.
Sobre la segunda definición, cada bebé es extraordinario porque es una nueva vida, única e irrepetible, el mayor de los milagros, aunque no sea perfecto. Sumamente monstruosos y abominables son los que no le dejan nacer. Provocar un aborto es el crimen más cobarde que existe.

Si una mujer no quiere - por las circunstancias que sean y que debemos respetar - hacerse cargo del hijo que lleva en sus entrañas cuando nazca, que lo dé en adopción a personas que cuidarán de él. No estoy en contra de ningún método anticonceptivo, pero si una mujer y un hombre han actuado de forma irresponsable, deben atenerse a las consecuencias y respetar la vida del ser que ambos han engendrado, sí, ambos a dos, no sólo la mujer.

Sobre la eutanasia, me pregunto dónde está esa delgada línea entre el ayudar a morir o simplemente matar, ¡qué difícil, Dios mío!
Así nos define el DRAE la eutanasia:
1.- Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él.
2.- Muerte sin sufrimiento físico.


Sobre la primera definición, apruebo la omisión si es con el consentimiento expreso del paciente, nunca la acción, es decir, suministrar sustancias para acelerar la muerte.
Sobre la segunda definición, completamente de acuerdo en paliar los sufrimientos de la agonía con todos los medios posibles, por supuesto.
Apruebo el que una persona, cuando está en pleno uso de sus facultades, decida por escrito - puede ser en su testamento - si quiere acogerse a la renuncia legítima de un tratamiento médico para prolongar su vida, pero de ahí a que otra persona decida acabar con la mucha o poca vida de su prójimo porque le estorba, quiere su herencia u otros motivos condenables, hay un abismo.
Aquí hay un artículo muy interesante sobre la eutanasia:
http://www.churchforum.org/eutanasia-pasiva-renuncia-legitima-un-tratamiento-.htm


Soy contraria a la pena de muerte también porque, repito, nadie puede disponer de la vida de nadie, ni siquiera de la del asesino más sanguinario.
Termino con un relato breve, maravilloso, de mi escritor favorito,
Rabindranath Tagore:


El Principio

-¿De dónde venía yo cuando me encontraste? -preguntó el niño a su madre.
Ella, llorando y riendo, le respondió apretándolo contra su pecho:

-Estabas escondido en mi corazón, como un anhelo, amor mío: estabas en las muñecas de los juegos de mi infancia, y cuando, cada mañana, formaba yo la imagen de mi Dios con barro, a ti te hacía y te deshacía; estabas en el altar, con el Dios del hogar nuestro, y al adorarlo a Él, te adoraba a ti; estabas en todas mis esperanzas, y en todos mis cariños. Has vivido en mi vida y en la vida de mi madre, tú fuiste creado siglo tras siglo, en el seno del espíritu inmortal que rige nuestra casa. Cuando mi corazón adolescente abría sus hojas, flotabas tú, igual que una fragancia, a su alrededor; tu tierna suavidad florecía luego en mi cuerpo joven como antes de salir el sol la luz en el Oriente. Primer amor del cielo, hermano de la luz del alba, bajaste al mundo en el río de la vida y al fin te paraste en mi corazón... Qué misterioso temor me sobrecoge al mirarte a ti, hijo, que siendo de todos, te has hecho mío. Y qué miedo de perderte! ¡Así, bien apretado contra mi pecho! ¡Ay! ¿Qué magia ha entregado el tesoro del mundo a mis frágiles brazos?

SÍ A LA VIDA SIEMPRE
                                                         SIEMPRE UN SÍ A LA VIDA