24 mar 2016

Dios no ha muerto


Me estremece el ruido de tambores
quebrando un plomizo silencio...
Bajo mi balcón, pasa ceremoniosa la procesión.
Llamas de antorchas. Rostros cubiertos.
Es como si el mundo se hubiese parado de repente
para contemplar el paso de algo incierto,
de la muerte revivida a la luz de cirios encendidos.
Motores apagados. No hay chistidos ni siseos.
El asfalto arañado por las cadenas.
Marchan a paso lento los nazarenos,
mujeres con peinetas, negras mantillas, 
que acompañan al Cristo en el madero.
Se apiña la gente sencilla en las aceras. 
Farolillos de plata, rosarios, rezos.
Gemidos contenidos, miradas curiosas,
dolor estremecido en blancos pañuelos.
Una voz desgarrada desgrana una saeta
y todos paran. Lloro por dentro.
Olor a fé amarga, a cera de penitencia.
Tras ellos, el Santo Entierro.
Los pies desnudos de los porteadores 
lo mueven con pausado y cadencioso balanceo;
exquisita madera pálida, inspirada talla,
el Amor yacente en un trono de presos.
Se desangran las vetas del Ecce Homo.
Un beso vuela desde mi boca hasta su cuerpo.
Dobla la esquina la Dolorosa
con diez puñales clavados en el pecho;
la angustia en manto de dorado luto.
Lágrimas quietas en su rostro sereno.
Llanto por el Hijo. Llanto por el pueblo.
La calle se viste de crespones tristes,
pasa la Cofradía de Jesús Nazareno.
La sombra de un penitente con su cruz a cuestas
se extiende mansamente por el suelo.
Una niña suelta la mano de su madre
y con una sonrisa le ofrece un vaso lleno;
- "Bebe, es agua de la fuente" -
y él la mira mientras sigue al cortejo. 
Le pesan sus pecados, no su carga:
la fuerza de la fe mitiga el peso.

La campana de la iglesia ha enmudecido.
Espaldas flageladas. Adoquines bermejos.
Duermen los pájaros en las altas ramas.
Sobre las picudas cabezas se rasga el cielo
y una lluvia compasiva alivia el dolor de las heridas.
Duelen más las del alma, hieren dentro.

Calado hasta los huesos por la gracia divina,
debajo del capirote reza un ateo.
Que Dios no ha muerto,
que Dios no ha muerto,
aunque callen las voces del cementerio.


22 mar 2016

Palmas y olivo


La palma más hermosa la lleva el niño 
y su madre ramita de verde olivo.
Procesiones, saetas, dolor revivido
y cristianos celebrando desde el olvido.

Sonriente en un borrico, Dios va montado
entre palmas y risas, alegres cantos;
el gentío lo aclama cual soberano,
¡Hosanna al que ha venido para salvarnos!
Abren su paso flores, ramas y mantos.

Jesús, ¡qué pena!,
los que ayer te aclamaban
hoy te condenan.

Un rey que con espinas han coronado,
con clavos y entre mofas crucificado,
pero Cristo clemente en su Calvario,
pues "no saben lo que hacen", ha perdonado.

Sólo Él desde la cruz nos sigue amando.
Ciudad Santa que llora nuestros pecados.