Nubes de nieve
¿quién no las distingue?,
¿quién las ve...?
Ambas albas
allá a lo lejos, puras,
una pareja de algodones de azúcar
flotando en un cielo insípido, espeso,
vacío de azul.
Tras el débil vaho del doble cristal
una pareja de algodones de azúcar
flotando en un cielo insípido, espeso,
vacío de azul.
Tras el débil vaho del doble cristal
mi vista las detecta, pausadas
- se inflan, se contonean, se mudan -,
confusas entre el paisaje descolorido,
dos nubes menudas muy blancas, festoneadas,
casi gemelas, coquetas, sin tocarse apenas,
que pasan rozando tímidamente
la escarpada ladera de mi montaña amiga,
la escarpada ladera de mi montaña amiga,
ahora vestida de novia, preñada de inviernos,
acariciada por húmedos silencios
de viejas cebras esculpidas con cincel de hielo.
Rumbo al norte, atraídas por la magia del mar.
¿A dónde van - si es que llegan -
estas efímeras nubecillas
antes de quedarse en nada?
Vaporosos velos redondeados
tímidamente movidos por un viento perezoso,
de lentos bostezos mezclados
con el aliento gélido de las enormes rocas
camufladas, ocultas
bajo una espesa capa de nieve.
Bajo cero,
las ancianas montañas
se han soltado sus melenas canosas
y meditan sobre el paso del tiempo,
tan largo para ellas,
guardianas del valle del Miera.
Bajo cero,
las ancianas montañas
se han soltado sus melenas canosas
y meditan sobre el paso del tiempo,
tan largo para ellas,
guardianas del valle del Miera.
La cima pálida del Porracolina las ve pasar
serena, aterida de frío,
y suspira,
su cara escondida bajo un manto de armiño,