Niebla que me abrumas siempre que te acercas, con tus mil misterios, con tus alas ciegas.
Niebla que regalas sueños y quimeras en abrazos tiernos de dama pasiega.
Niebla campesina, húmeda plegaria, fugaz pasajera.
Niebla caprichosa, tímida doncella, que disfrazas el paisaje de enigmas sin respuesta.
Niebla temerosa, temida enemiga, etérea compañera.
Niebla humilde y grande, que humillas al sol, que envuelves en magia callejos y sendas.
Niebla sigilosa, apareces y te esfumas sin rozarme apenas.
Niebla melancólica, riegas de esperanza los praos y acequias.
Niebla delicada, gemido del cielo, dulce plañidera.
Desafiante, recibes al estío vestida de armiño, sentadita a la puerta.
Novia del rocío, hermana de brumas, hija de tinieblas.
Sueño de las hadas, de duendes, de anjanas, de gnomos de leyenda.
Nacida en vapores, difusa te elevas y en callada calma te alejas serena.
Cómplice de dudas, amiga de amantes, reina fiel y fértil de la gran foresta.
Quiebran tu silencio los cantos de grillos que entonan monótonos una cantilena.
¡Qué hermoso ese coro de píos, de trinos, de oscuros murmullos y susurros de aneas!
Invisible concierto de mugidos, relinchos, de cencerros anónimos, de balidos de aldea.
Las gallinas callan mientras que su gallo fino cacarea.
El arroyo fresco canta entre guijarros y el hacha acompaña tocando madera.
De pronto, un silbido humano rompe la armonía; silueta borrosa, pasos que se acercan...
Tejen las arañas sus sutiles telas que las tenues gotas adornan en perlas.
Acaricia las ramas una brisa húmida, besa mi rostro, refresca la tierra.
- ¿Qué te pasa, rosa?, ¿por qué bajas - dime - triste tu cabeza?
- No estoy triste, niña, mas el tiempo pesa y mi débil tallo ya no me sustenta.
Efímera rosa, dejas en tus pétalos memoria en aromas de eterna belleza.
Rica yerba verde, disipada en matices con grises de seda.
Las babosas se arrastran dejando su rastro de viscosa muestra.
Helechos orgullosos abren sus hojas cual lanzas sedientas.
Chirrían por el prado ejes de carretas; el ganado, al paso, borra antiguas huellas.
Tres alondras pasan volando ligeras.
Pica el hombre el dalle al ritmo que marca su celosa dueña.
Voces sin rostro atraviesan el aire, lejanas, difusas, inciertas.
La hiedra se esponja y crece trepando los troncos que enreda.
Se adivinan colores, reviven olores, las chovas tímidamente aletean.
Una mariposa dibuja en el aire una pirueta.
Ocultas quedaron las cimas, las peñas.
Quietud, no agonía; paz que el alma llena.
Un claro me deja ver el humo blanco de una chimenea:
coquetas volutas que crecen y ascienden despacio, lentas, sí, muy lentas...
Adivino abajo el tejado viejo de una cabaña; una sombra roja sube la escalera.
¿Cuál es el secreto que guardan mimosas tus vagas mareas?
Trepas por los riscos, danzas por el valle a orillas del Miera.
Hoy las raudas horas se detienen densas.
Entre sombras de luces veladas siento a Dios más cerca.
Parece que la vida, cansada, se rinde un momento, adormece y espera...